cine balderas

La proyección sale de un DVD, hay permanencia voluntaria y una sex shop.También hay putas en la sala. Una gordis, entrada en años y muy simpática se pasea por la sala ofreciendo sus servicios.

Durante la Colonia, la prostitución fue oficio al que se dedicaban sobre todo las españolas. Las europeas que llegaban al Nuevo Mundo no tenían muchas opciones para sobrevivir, ya que sobraban candidatas para sirvientas entre las indias y las negras. Antes de la colonia ya existían los clichés para describir a las putas. El códice florentino describe a las putas como mujeres que se pintan el rostro y los dientes,- acaso esto sea lo más raro, el oscurecimiento de la dentadura usando grana cochinilla- que se contonean mientras andan con desvergüenza, se ponen perfumes y truenan el chicle, son burlonas y van de un lado para otro sin detenerse, constantes vendedoras de carne, malvadas, fuertemente ebrias: just like a rolling stone.

La puta del cine Balderas va por toda la sala, de fila en fila, de espectador en espectador, ofreciendo sus servicios. “Hola, ¿no quieres un servicio?”, pregunta mientras se inclina un poco sobre tu asiento para dejar ver un escote entusiasta pero mermado por el inevitable paso del tiempo.

En Tlatelolco, según Cervantes de Salzar, existía algo parecido a
lo que hoy es una atracción en Amsterdam, eso de comprar carne que se exhibe en vitrinas, se trataba de una ramería en donde las putas estaban encerradas en una especie de vitrina,“cada una en unas pecezuelas, como botica; serían las casas más de cuatrocientas”.

Armando Jiménez, en su libro Lugares de gozo, retozo, ahogo y desahogo en la ciudad de México, describe las hazañas sexuales de la Matildona, una mujer alta y medio gorda, que por nombre llevaba el de Matilde Rivas, Matilde Crespo o Felícitas Larrauri. Su virtud era satisfacer a varios hombres al mismo tiempo. En 1925 tenía 37 años y seguía siendo popular por satisfacer a más de uno. Una vez, un equipo de básquet celebró, sin que nadie saliera de la duela de la Matildona, un campeonato ganado. La tarifa era de 50 centavos, tan accesible como un taxi. Tan famosa fue, que Sergei M. Eisenstein la dibujó en dos ocasiones y el español Joaquín Belda la consigna en su novela El fifí de Plateros.
Se le podía encontrar en el Callejón del Ave María, hoy Izazaga y 20 de Noviembre. Era generosa, tanto que no le importaba que a algún cliente le faltaran algunos centavos para pagar la cuenta. En 1934 con las obras que abrieron la avenida 20 de noviembre, el local de la Matildona desapareció.

“¿Cuánto?”, le pregunto a la puta del cine Balderas. Setenta. Ochenta. No recuerdo cuánto dijo. No pasaba de 100. “¿Todo?” Vuelvo a preguntar. “No, sólo un oral”. Me reviso las bolsas, checo mi dinero. Me resigno y me saco la verga.

“Los habitantes de México se entregan a toda clase de placeres, pensando que sus pecados están suficientemente encubiertos y escondidos por las limosnas que dan todos los días a los eclesiásticos.” Lo dice el calabrés Gemelli Careri. De rodillas y concentrada en masturbarme, la puta del cine Balderas, no deja de insinuar que quiere ganar más. “¡Uy!, ésta no es para chupar, es para coger.” Y le da unas lamiditas, como si fuera una paleta. Un tipo de unas filas más allá no deja de vernos. Cierro los ojos y permito que el mundo deje de importarme.

El dominico Thomas Gage dijo, hace ya algunos siglos, acerca de las mujeres de esta ciudad: “A lo que se dice de la lindeza de las mujeres, puedo yo añadir que gozan de tanta libertad y gustan del juego con tanta pasión, que hay entre ellas quien no tiene bastante con un día y su noche… Y llega su afición hasta el punto de convidar a los hombres públicamente a que entren en sus casas para jugar.” Qué envidia de ciudad. Termino, me da un klínex, me da mi cambio y lamento no traer más varo.

~ por adrianegro en 7 septiembre, 2010.

2 respuestas to “cine balderas”

  1. el más respetable de tus alumnos pregunta:

    ¿cuándo me llevas?

  2. pronto, pronto. habrá que buscar una buena función.

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